Las Manos Llenas

 

 

Una preciosa anécdota que se refiere de diferentes maneras, aunque la consoladora idea de fondo es siempre la misma.

Una joven de veinte años se está muriendo después de una vida dificil, inútil y estéril. En un momento alarga sus manos abiertas hacia el sacerdote que la atiende, diciendo con tristeza:

-Voy a presentarme ante Dios con las manos vacías.

El sacerdote saca un crucifijo del bolsillo, se lo pone entre sus manos tendidas y le dice:

-Mira, Ahora ya las tienes llenas.

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Cristo es nuestro tesoro, nuestra garantía.

Si pretendiésemos presentarnos ante el señor apoyándonos en nuestros méritos, seria para estar confusos, inquietos y preocupados. Jesús, los méritos de su vida y de su muerte, es nuestra esperanza.

     “Con razón tengo puesta en él (Jesucristo) la firme esperanza de que sanaras todas mis dolencias por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros, de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes, son mis dolencias, si, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina” (San Agustín: Confesiones, libro10*,69)

      Apoyados en él, no hay nada que temer.