Reflexiones En Tiempos De Pandemia (1)
“Pandemia, ¡qué palabra tan fea!”, pero ya sabemos que en esta vida todo es del color del cristal con que se mira.
Cuando nos anunciaron que no se celebrarían misas abiertas al público, sentí una profunda tristeza. Sería vano negarlo. Pero, para mi sorpresa, cuando vi la primera misa por internet, que ni siquiera fue una misa en español, sentí una devoción que no habría podido imaginar. Ahí estábamos (mi hijo y yo) en casa, frente al ordenador participando en una misa online… ¡qué experiencia tan anómala! Sin embargo, en contra de lo que imaginaba, poco a poco me fui sumergiendo en el ambiente de aquella misa sin fieles y empecé a olvidar todo lo que me rodeaba para entrar de lleno en el misterio que estábamos celebrando. Empecé a sentir que estaba participando realmente y no de forma “virtual”, como se dice ahora… Mi hijo y yo nos fundimos en un entrañable abrazo en el momento de darnos la paz y nos encontramos llorando de emoción al rezar la oración para recibir la Comunión Espiritual. En esos momentos recordé a todos mis seres queridos, que estaban en la misma situación que nosotros y los sentí realmente cerca. Fue una sensación fuerte de formar parte de ALGO muy grande que nos sobrepasa y nos une… que trasciende la distancia y el tiempo… En ese momento sentí que formaba parte del “Cuerpo Místico de Cristo”, tal como dijo S. Pablo en 1 Corintios 12:12-14, en Romanos 12:5, en Efesios 3:6, en Colosenses 1:18 y 1:24...
Todos vamos en el mismo barco y luchamos contra la misma tempestad, que lejos de lo que se podría imaginar, no es la pandemia, sino nuestros propios miedos, esos pequeños monstruos interiores que nos pueden hacer olvidar el auténtico objetivo de nuestra vida, que nos pueden nublar el entendimiento.
El auténtico enemigo no es la pandemia, sino que el miedo a la pandemia nos haga perder el norte y nos impida recordar que no debemos temer a los que matan el cuerpo, pero no matan el alma, sino a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno. (Mt. 10:28) Así pues, no debemos dejar que miedo al virus nos quite la alegría; no debemos olvidarnos de ayudar, aunque sea en la distancia a nuestros seres queridos; no debemos dejar de infundir ánimos a todos… Y para ello, debemos hacer acopio de fe, esperanza, amor, alegría y paz interior, rezando con más fervor cada día y bebiendo de la “Fuente del Amor”, que es Dios, nuestro Señor.
Que nuestro Padre Eterno, que nos ama con la ternura de una madre, os colme de bendiciones y que nuestra Madre Celestial os proteja bajo su manto.
Pilar F. Herboso