Cicatrices De Amor

 

 

Este título parece sacado de una página de novela del oeste, es una historia que así sucedió:

 

Era un día caluroso de verano en medio de un paisaje agreste, donde un niño decidió ir a nadar en la laguna, detrás de su casa. Saltó corriendo por la puerta trasera, se zambulló en el agua, y nadaba feliz. No se daba cuenta del peligro: un cocodrilo sigilosamente se le acercaba. Su mamá, atreves de la ventana logró ver lo que estaba sucediendo. Corrió hacia su hijo, mientras gritaba tan fuerte como podía. El niño al oír la voz de su madre, se alarmó, y giró nadando hacia ella. Pero ya era tarde para evitar lo inevitable…

Cerca de la orilla la madre alcanzó al niño; lo agarro por los brazos justo cuando el voraz animal apresaba sus piernas… El cocodrilo era muy fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y de su amor de su corazón sacaba las fuerzas necesarias para seguir luchando por su hijo.

Alguien, que también escuchó los gritos de la mujer. corrió hacia el lugar y sin pensarlo se enfrentó al animal hasta que logró matarlo. El niño logró sobrevivir a esta difícil situación; y aunque sus piernas sufrieron muchos daños, después de un tiempo pudo volver a caminar.

Pasado el trauma, mientras el niño se recuperaba, vinieron unos periodistas a entrevistarlo. Uno de ellos le preguntó si le podía enseñar las cicatrices. El niño levantó la colcha y las mostró, el periodista muy impresionado las fotografió. Pero el niño llamó su atención, mientras con orgullo se levantaba las mangas, le dijo: “Las cicatrices de los pies son grandes, pero las que usted debe ver son estas”, mientras le enseñaba los brazos… en los cuales estaban las marcas de las unas de su mamá, que con tanta fuerza había presionado. “Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida…”

 

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Nosotros también tenemos las cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causa de nuestros deslices, otras son “regalo” de la gente. Son también huellas de Dios que nos ha sostenido para que nos diésemos cuenta de lo importante que es la vida, y nuestro crecer. Son huellas que nos han hecho más humanos, y que, tras aquel trance, ahora recordamos y, hasta cierto punto también agradecemos