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El Silencio

Dios nos hace la invitación al encuentro con él y a escucharle.

El silencio es una disciplina del oído, más que de la lengua. Silenciamos nuestra lengua para poder oír mejor.

La voz de Dios es un sonido sumamente tenue y delicado, sobre todo para unos oídos no habituados a ella. Si nuestros oídos no están habituados a escuchar la voz de Dios, entonces tenemos una especial necesidad de silencio y poder escuchar la voz de Dios en el estrépito de la vida cotidiana.

Cuando uno adquiere capacidad la capacidad de estar tranquilo y en silencio, entonces es libre de actuar, de hablar o permanecer callado, y sus palabras y su actividad adquieren una nueva profundidad y una nueva fuerza.

El hombre solo puede ser feliz si logra acceder al manantial de vida que brota en lo más profundo de su alma.

Dios quiere que con confianza nos abramos a la frescura de un nuevo encuentro, porque tiene mucho que decirnos: “Habla Señor, que tu siervo escucha”.

 

(Del itinerario de iniciación y profundización en la experiencia de Dios, espiritualidad de San Ignacio) 

 

 

 

 

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