Temor O Gozo

Este domingo la liturgia de la Palabra nos presenta una doble actitud ante
Jesucristo que es la verdadera “Palabra de Dios” encarnada en él. Una es la
de “temor”, que se manifiesta en la Sinagoga de Nazaret cuando Jesús, lee en
el libro de Isaías las palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre
mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los
pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para
dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Después Jesús dice: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”
Los hombres reunidos en la Sinagoga, sorprendidos y escandalizados dirán
lo que nos dirá después el cuarto domingo que vendrá una semana después
en el año litúrgico, que quisieron despeñar a Jesús, por “temor” a un castigo
por la blasfemia que él había pronunciado, ¡Hacerse el hijo del carpintero
como cosa propia ser el “Siervo de Dios” que anunció el profeta Isaías!
En cambio los que escuchaban a Jesús admirados de su autoridad, de su
personalidad tan atractiva que los cautivaba y convertía en discípulos suyos,
se llenaban de “gozo”, la alegría que en la primera lectura de hoy anuncia el
libro de Nehemías por medio del sacerdote Esdras. Éste después de leer el
libro que contenía la Ley de Dios: los “Diez Mandamientos”, que Dios
mandó al Pueblo desde los tiempos de Moisés.

 

Se lo que Esdras dijo al pueblo entero: “Hoy es un día consagrado a nuestro
Dios... No estéis triste, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”.
Jesús es la Palabra que “como espada de dos filos” (tal cual nos dirá más
adelante la Carta a los Hebreos) penetra en nuestros corazones, dividiendo
dentro de ellos “el bien” y “el mal”, arrojando el mal afuera.
La mejor reacción que podemos encontrar ante el evangelio de este
domingo es la del Padre de la Iglesia San Ambrosio de Milán (340-397) que
escribió: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír
“Sacia tu sed en el Antiguo Testamento para, seguidamente, beber del
Nuevo. Bebe del primero para atenuar tu sed; del segundo, para saciarla
completamente. Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del Nuevo, porque
en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la vid, es la roca
que hace brotar el agua, es la fuente de la vida. Bebe a Cristo porque Él es el
correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios. Él es la paz y de su seno
nacen ríos de agua viva. Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu
redención y del Verbo de Dios.

El Antiguo Testamento es su palabras, el Nuevo lo es también, Cuando se
bebe y se come la Santa Escritura, entonces en las venas del espíritu y en la
vida del alma desciende el Verbo eterno. No solo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra de Dios. Bebe, pues, de este Verbo, pero en el orden
conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin tardar del
Nuevo. Dice él mismo, como si tuviera prisa: Pueblo que camina en las
tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti
se levanta una luz. Bebe, pues, y no esperes más, y una gran luz te
iluminará: no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esa luz que
rechaza la sombra de la muerte”.

Termino con la poesía del navarro Casiano Floristán (1926-2006) titulada:

La palabra de Dios


Tu palabra, Señor, es evangelio
anunciado en los confines de la tierra.
Está en las Escrituras, está en los pobres,
se siembra en el otoño y brota en primavera.
Tu palabra, Señor, llegó a nosotros
con esperanza nueva,
como un grito en la noche
que alerta al centinela.
Tu palabra, Señor, la transmitieron
nuestros padres a sus hijos.
Hoy queremos que se encarne
en nuestros entresijos.
Tu palabra, Señor, es fuerza y lucha,
es sal, es luz y es levadura.
Es paz en armonía,
Es convocatoria juvenil
que invita a la alegría.
Bendita es la palabra del Señor,
Proclamada en comunidad de hermanos.
Cantad un cántico gozoso
y aplaudan calurosas nuestras manos.

 

 

j.v.c.