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Semana Santa 2024

Cómo Da La Paz El Mundo Y Cómo La Da El Señor

El Señor antes de irse saluda a los suyos y da el don de la paz (cf. Jn 14,27-31), la paz del Señor: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo» (v.27).

 

No se trata de la paz universal, esa paz sin guerras que todos nosotros deseamos que haya siempre, sino la paz del corazón, la paz del alma, la paz que cada uno de nosotros tiene dentro.
Y el Señor la da, pero —subraya — «no os la doy como la da el mundo» (v. 27).
¿Cómo da la paz el mundo y cómo la da el Señor? ¿Son paces diferentes? Sí.

El mundo te da la “paz interior” —estamos hablando de esta, la paz de tu vida, ese vivir con el “corazón en paz”—, te da la paz interior como una posesión tuya, como algo que es tuyo y te aísla de los demás, te mantiene en ti, es una adquisición tuya: tengo la paz.
Y tú, sin darte cuenta, te encierras en esa paz, es una paz un poco para ti, para cada uno; es una paz “sola”, es una paz que te hace estar tranquilo, incluso feliz.
Y en esta tranquilidad, en esta felicidad te adormece un poco, te anestesia y hace que te quedes contigo mismo con cierta tranquilidad.
Es un poco egoísta: la paz para mí, encerrada en mí.
Así es como el mundo da la paz (cf. v. 27).
Y es una paz cara, porque tienes que cambiar constantemente los “instrumentos de paz”: cuando algo te entusiasma, cuando una cosa te da paz, luego se acaba y tienes que encontrar otra...
Es cara porque es provisional y estéril.

En cambio, la paz que Jesús da es otra cosa.
Es una paz que te pone en movimiento, no te aísla, te pone en movimiento, te hace ir hacia los demás, crea comunidad, crea comunicación.
La paz del mundo es cara, la de Jesús es gratuita, es gratis; es un don del Señor, la paz del Señor.
Es fecunda, siempre te hace avanzar.


Un ejemplo del Evangelio que me hace pensar en cómo es la paz del mundo es aquel señor que tenía los graneros llenos y la cosecha del año se presentaba abundante, así que pensó: “Tendré que construir otros almacenes, otros graneros para almacenar todo esto y luego estaré tranquilo..., es mi tranquilidad, con esto puedo vivir tranquilo”.
“Necio, le dice Dios, esta noche morirás” (cf. Lc 12,13-21).
Es una paz inmanente que no te abre la puerta al más allá.
En cambio, la paz del Señor está abierta adonde él ha ido, está abierta al Cielo, está abierta al Paraíso.
Es una paz fecunda que se abre y porta a otros contigo al Paraíso.

Creo que nos ayudará pensar un poco en ¿cuál es mi paz, dónde encuentro paz? ¿En las cosas, en el bienestar, en los viajes —pero ahora, hoy no se puede viajar—, en las posesiones, en muchas cosas, o encuentro la paz como don del Señor? ¿Tengo que pagar la paz o la recibo gratis del Señor? ¿Cómo es mi paz? ¿Me enfado cuando me falta algo? Esta no es la paz del Señor.
Esta es una de las pruebas.
¿Estoy tranquilo en mi paz, “me duermo”? No es del Señor.
¿Estoy en paz y quiero comunicarla a los demás y llevar algo adelante? ¡Esa es la paz del Señor! Incluso en los momentos malos y difíciles, ¿permanece esa paz en mí? Es del Señor.
Y la paz del Señor es fecunda también para mí porque está llena de esperanza, es decir, mira al Cielo.


Ayer —perdonen si digo estas cosas, pero son cosas de la vida que me hacen bien—, ayer recibí una carta de un sacerdote, un buen sacerdote, bueno, y me decía que hablo poco del cielo, que debería hablar más.
Y tiene razón, tiene razón.
Es por esto por lo que hoy he querido subrayar  que la paz, esta que Jesús nos da, es una paz para ahora y para el futuro.
Es comenzar a vivir el Cielo, con la fecundidad del Cielo.
No es anestesia.
La otra, sí: te anestesias con las cosas del mundo y cuando la dosis de esta anestesia termina tomas otra y otra y otra...
Esta [de Jesús] es una paz definitiva, fecunda también y contagiosa.
No es narcisista, porque siempre mira al Señor.
La otra te mira a ti, es un poco narcisista.

 

 

(Homilía Martes, 12 de mayo de 2020)

 

 
 
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