Nada De Pereza

¿Cómo debe ser nuestra fe? Es la pregunta de los apóstoles y es también la nuestra. La respuesta es: «una fe enmarcada en el servicio» a Dios y al prójimo. Un servicio humilde, gratuito, generoso, nunca «por la mitad».
 

 

Al comentar el Evangelio de san Lucas propuesto por la liturgia (17, 7-10), el Papa —durante la misa del martes 11 de noviembre— hizo referencia al pasaje en el que a los discípulos que piden: «Señor, aumenta nuestra fe», Jesús responde: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería». El Señor, explicó el Pontífice, habla de «una fe poderosa», tan fuerte que es capaz «de hacer grandes maravillas», pero con una condición: que se introduzca «en el marco del servicio». Un servicio total, como el del «servidor que trabajó toda la jornada» y al volver a casa «debe servir al Señor, darle de comer y luego descansar».

Parece, comentó el Papa, «un poco exigente»: alguien podría aconsejar «a este servidor que vaya al sindicato a buscar consejo» acerca de cómo comportarse «con un patrón así». Pero el servicio que se le pide es «total» porque es el mismo que vivió Jesús: «Él vivió con esa actitud de servicio; Él es el servidor; Él se presenta como el servidor, que vino a servir y no a ser servido».

Encaminada por la «senda del servicio», la fe «hará milagros». Al contrario, «un cristiano que recibe el don de la fe en el bautismo, pero luego no lo lleva por el camino del servicio, se convierte en un cristiano sin fuerza, sin fecundidad, un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo, para procurar ventajas para sí mismo». Este, comentó el Papa, «irá al cielo, seguramente, pero qué vida triste». Y, así, «muchas cosas grandes del Señor» se «desperdician» porque, como «el Señor claramente dijo: el servicio es único», y no se puede servir a dos señores. En este punto el Pontífice entró más detalladamente en la vida cotidiana y en las dificultades que tiene el cristiano al tratar de vivir la palabra evangélica. «Nosotros —dijo— podemos alejarnos de esta actitud del servicio», ante todo «por un poco de pereza»: es decir, llegamos a estar «cómodos, como hicieron las cinco jóvenes perezosas que esperaban al esposo pero sin preocuparse por el aceite de las lámparas». Y la pereza hace «tibio el corazón». Entonces, por comodidad estamos inclinados a encontrar justificaciones: «Pero, si viene este o si viene aquella a golpear la puerta, dile que no estoy en casa, porque vendrá a pedir un favor y no, yo no quiero...». Es decir, la pereza «nos aleja del servicio y nos conduce a la comodidad, al egoísmo». Y, comentó el Papa, «muchos cristianos» son así: «son buenos, van a misa», pero en lo que se refiere al servicio se arriesgan «hasta un cierto punto». Sin embargo, destacó, «cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, oración y alabanzas», servicio «al prójimo» y «servicio hasta las últimas consecuencias». En esto, Jesús «es fuerte» y recomienda: «Así también vosotros, cuando habréis hecho todo lo que se os haya ordenado, diréis: somos siervos inútiles». Hay que prestar un «servicio gratuito, sin pedir nada».

Existe también, continuó el Papa, otra «ocasión que aleja de la actitud de servicio», y es la de «adueñarse de las situaciones». Es lo que les sucedió a los apóstoles, que alejaban a las personas «para que no molestasen a Jesús», pero en realidad también «por ser cómodo para ellos»: es decir, «se adueñaban del tiempo del Señor, se adueñaban del poder del Señor: lo querían para su grupito». En realidad, «se adueñaban de esa actitud de servicio, transformándolo en una estructura de poder». Así, comentó el Pontífice, «se explica cuando entre ellos discutían acerca de quién era el más grande»; y «se comprende cuando la madre de Santiago y Juan va a pedir al Señor que uno de sus hijos sea el primer ministro y el otro el ministro de economía». Lo mismo sucede a los cristianos que, «en lugar de servidores», se convierten en «dueños: dueños de la fe, dueños del reino, dueños de la salvación. Esto sucede, es una tentación para todos los cristianos».

El Señor, en cambio, nos habla de «servicio en humildad». Como lo hizo «Él, que siendo Dios se humilló a sí mismo, se abajó, se anonadó: para servir. Es servicio en la esperanza, y esta es la alegría del servicio cristiano», que vive, como escribe san Pablo a Tito, «aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo». El Señor «llamará a la puerta» y «vendrá a nuestro encuentro» en ese momento, dijo el Papa; y expresó un deseo: «Por favor, que nos encuentre con esta actitud de servicio».

Cierto, en la vida «debemos luchar mucho contra las tentaciones que tratan de alejarnos» de esta disposición: la pereza que «lleva a la comodidad» y hace prestar un «servicio por la mitad»; y la tentación de «adueñarnos de la situación», que «lleva a la soberbia, al orgullo, a tratar mal a la gente, a sentirse importantes “porque soy cristiano, tengo la salvación”». Que el Señor, concluyó el Pontífice, «nos dé estas dos grandes gracias: la humildad en el servicio, con el fin de poder decir: somos siervos inútiles», y «la esperanza al aguardar la manifestación» del Señor que «vendrá a nuestro encuentro».


 

(Homilía martes 11 de noviembre, Papa Francisco)