Audiencia General

Después de las raíces la segunda imagen: los puentes. Budapest, nacida hace 150 años de la unión de tres ciudades, es célebre por los puentes que la atraviesan y unen las partes. Esto ha recordado, especialmente en los encuentros con las autoridades, la importancia de construir puentes de paz entre pueblos diversos. Es, en particular, la vocación de Europa, llamada, como “puente de paz”, a incluir las diferencias y a acoger a quien llama a sus puertas. Hermoso, en este sentido, el puente humanitario creado por tantos refugiados de la cercana Ucrania, que he podido encontrar, admirando también la gran red de caridad de la Iglesia húngara.

 


 El país además está muy comprometido en la construcción de “puentes para el mañana”: su atención por el cuidado ecológico —y esto es algo muy, muy hermoso de Hungría— el cuidado ecológico y por el futuro sostenible es grande, y se trabaja para edificar puentes entre las generaciones, entre los ancianos y los jóvenes, desafío hoy irrenunciable para todos. Además, hay otros puentes que la Iglesia, como surgió en el correspondiente encuentro, está llamada a tender hacia el hombre de hoy, porque el anuncio de Cristo no puede consistir solo en la repetición del pasado, sino que siempre necesita ser actualizado, para poder ayudar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir a Jesús. Y, finalmente, recordando con gratitud los hermosos momentos litúrgicos, la oración con la comunidad greco-católica y la solemne celebración eucarística con tanta participación, pienso en la belleza de crear puentes entre los creyentes: el domingo en la misa estaban presentes cristianos de varios ritos y países, y de diferentes confesiones, que en Hungría trabajan bien juntos. Construir puentes, puentes de armonía y puentes de unidad.


 Me conmovió, en esta visita, la importancia de la música, que es un rasgo característico de la cultura húngara.


 Finalmente me gusta recordar, al inicio del mes de mayo, que los húngaros son muy devotos de la Santa Madre de Dios. Consagrados a ella por el primer rey, san Esteban, por respeto estaban acostumbrados a dirigirse a ella sin pronunciar el nombre, llamándola sólo con el título de la reina. A la Reina de Hungría encomendamos este querido país, a la Reina de la paz encomendamos la construcción de puentes en el mundo, a la Reina del cielo, que aclamamos en este tiempo pascual, encomendamos nuestros corazones para que estén arraigados en el amor de Dios.


 

(Audiencia 3 de mayo)