Recordar el pasado es comprometerse con el futuro

En febrero de 1981 el Papa San Juan Pablo II, durante cuatro días, visitó Japón, durante este tiempo, con sus discursos y homilías, anunció el Evangelio no solo al pueblo japonés, sino a todo el mundo. Entre éstos el mensaje más atractivo que llamó la atención a la gente fue el “Llamamiento por la Paz” en la que decía:

La guerra es obra del hombre. La guerra es la destrucción de la vida humana. La guerra es la muerte. En ninguna parte se impone sobre nosotros estas verdades con más fuerza como en esta ciudad de Hiroshima, en este Monumento a la Paz. Dos ciudades tendrán para siempre unidos sus nombres, dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, como las únicas ciudades en el mundo que han tenido la mala fortuna de ser una advertencia de que el hombre es capaz de una destrucción más allá de lo que se pueda creer. Sus nombres permanecerán siempre como los nombres de las únicas ciudades de nuestro tiempo que han sido señaladas como un aviso para las generaciones futuras de que la guerra puede destruir los esfuerzos humanos por construir un mundo de paz”

Y continúa diciendo su Santidad:

He venido hoy aquí con profunda emoción como un peregrino de la paz. He deseado hacer esta visita al Monumento a la Paz de Hiroshima por la profunda convicción personal de que recordar el pasado es comprometerse con el futuro…


Inclino mi cabeza al traer a la memoria los miles de hombres, mujeres y niños que perdieron sus vidas en ese terrible momento, o que durante muchos años llevaron en sus cuerpos y mentes esas semillas de muerte que inexorablemente proseguían su proceso de destrucción…


Recordar el pasado es comprometerse con el futuro. Recordar Hiroshima es aborrecer la guerra nuclear. Recordar Hiroshima es comprometerse con la paz. Recordar que el pueblo de esta ciudad ha sufrido es renovar nuestra fe en el hombre, en su capacidad para obrar el bien en su libertad para elegir lo que es justo, en su determinación de convertir el desastre en un nuevo comienzo…


La paz debe ser siempre la meta: paz perseguida y protegida en cualquier circunstancia. No repitamos el pasado, un pasado de violencia y destrucción. Embarquémonos en la ardua y difícil senda de la paz, la única senda que conduce a la verdadera plenitud del destino humano, la única senda para un futuro en el cual la equidad, la justicia y la solidaridad sean realidades y no precisamente lejanos sueños. ”


 

San Juan Pablo II (Hiroshima, 25 de febrero de 1981)