Las curiosidades buenas

 

El Evangelio (Jn 14, 21-26) recoge un diálogo entre Jesús y los discípulos. En este largo discurso de despedida, en la cena con los discípulos, hay pasajes que podríamos llamar el “diálogo entre las curiosidades y la certeza”. Los discípulos no se sienten seguros, no sabían qué pasaría y preguntan qué será de este, de aquel otro. Y Jesús lo explica, pero ellos se sienten más inseguros: “¡Pero te vas y nos dejas solos! ¿Qué vamos a hacer?”. Jesús les dice: “Volveré; voy a prepararos un lugar, y después os llevaré conmigo”. En definitiva, da certeza a las curiosidades de los discípulos.

 

La vida, nuestra vida, está llena de curiosidades. Desde niños, la edad del porqué, preguntamos: “Papá, ¿por qué esto? Mamá, ¿por qué, por qué, por qué?”. Esto pasa precisamente porque el niño crece y, al darse cuenta de cosas que no entiende, pregunta: es curioso, y busca una explicación. Y esa es una curiosidad buena, porque es una curiosidad para crecer, para desarrollarnos, para tener más autonomía. Y es también una curiosidad contemplativa, porque los niños ven, contemplan, no entienden y preguntan.

 

Hay otras curiosidades que no son tan buenas. Por ejemplo, la de “meter las narices” en la vida de otras personas. Quizá alguno diga: “¡Eso es cosa de mujeres!”. ¡No, el chismorreo es patrimonio de mujeres y de hombres! Tanto que alguno dice que los hombres son más chismosos que las mujeres: no sé, pero es patrimonio de todos, y es algo feo porque es hacer que la curiosidad no vaya a la respuesta verdadera, sino buscar ir a sitios que al final manchan a otras personas. Así pues, hay curiosidades malas, o curiosidades que, al final, me hacen comprender algo que no tengo derecho a saber. Acordaos de lo que pasó en Tiberiades: Jesús está para irse, después de la resurrección, y pregunta a Pedro tres veces si le ama, y Pedro dice que lo ama; y le da todo el poder, y Pedro, cuando acaba, le pregunta: “¿y a ese qué?”, refiriéndose a Juan. Y eso es “meter las narices” en la vida ajena. Y no es una curiosidad buena, pero nos acompaña toda la vida, es una tentación que tendremos siempre.

 

No hay que asustarse, pero sí estar atentos, diciéndonos: “eso no lo pregunto, eso no lo miro, eso no lo quiero”. Hay muchas curiosidades, por ejemplo, en el mundo virtual, con los móviles y esas cosas: los niños van ahí porque están curiosos por ver, y encuentran tantas cosas malas, porque no hay disciplina en esa curiosidad. Por eso, debemos ayudar a los niños a vivir en ese mundo, para que las ganas de saber no sean curiosidad de la mala, y acaben prisioneros de esa curiosidad.

 

Pero volvamos a las buenas curiosidades de los Apóstoles. En el fondo, quieren saber de Jesús qué pasará, qué sucederá. Y así, hasta el último momento, Jesús estaba para irse al cielo, le dicen: “Ahora viene la revolución, ahora tú harás el reino”. Es el diálogo entre curiosidad y certezas. Jesús responde: “No le deis más vueltas, esto es así, yo me voy”. Hay tantas respuestas en este largo discurso en la cena, y no es solo un discurso: es una conversación entre ellos. Pero Jesús responde siempre con certezas: jamás engaña. ¡Nunca!

 

Pequeñas certezas, pero certezas. Y la certeza viene resumida al final del pasaje del Evangelio que hemos leído y escuchado: la gran certeza. Jesús dice: “Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. La certeza os la dará el Espíritu Santo durante la vida.

 

Ciertamente, el Espíritu Santo no viene con un paquete de certezas y te dice “toma”. Más bien, nosotros vamos por la vida y preguntamos al Espíritu Santo, abrimos el corazón, y Él nos da la certeza para aquel momento, la respuesta para ese momento. El Espíritu Santo es el compañero de camino del cristiano, es el que continuamente nos enseña: “no, eso es así”; el que continuamente nos recuerda: “piensa lo que dijo el Señor”, y nos recuerda las palabras del Señor iluminándolas. En nuestro camino hacia el encuentro con Jesús es el Espíritu quien nos acompaña, quien da la certeza a nuestras curiosidades.

 

Este diálogo entre curiosidades humanas y certeza acaba con esa frase de Jesús, a propósito del Paráclito: “Él os enseñará todo, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. El Paráclito es el compañero de la memoria, el compañero maestro, que nos da la luz y nos conduce a la felicidad fija, esa que no se mueve, como hemos pedido en la oración colecta *.

 

Vayamos a donde está la alegría verdadera, esa que está arraigada precisamente en Dios, pero con el Espíritu Santo para no equivocarnos. Pidamos al Señor dos cosas hoy. Primero, purificarnos en aceptar las curiosidades —hay curiosidades buenas y no tan buenas— y saber discernir diciéndose a uno mismo: “no, eso no debo verlo, eso no debo preguntarlo”. Y la segunda es saber abrir el corazón al Espíritu Santo, porque Él es la certeza: nos da la certeza, como compañero de camino, de las cosas que Jesús nos ha enseñado, y nos lo recuerda todo.
 

 

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta