Hablar Mal De Los Demás Es Terrorismo
Hablar mal de los demás es terrorismo, es como lanzar una bomba para destruir a las personas y luego huir para salvarse a sí mismo. El cristiano, para ser santo, debe, en cambio, llevar siempre «paz y reconciliación» y para no ceder a la tentación de las habladurías tiene que llegar incluso a morderse la lengua: sentirá dolor, percibirá hinchazón, pero al menos no habrá desencadenado alguna pequeña o gran guerra.
Pablo, «en el pasaje de la Carta a los Colosenses (1, 15-20) presenta la tarjeta de identidad de Jesús». En definitiva, pregunta el apóstol, «este Cristo, que hemos visto entre vosotros, ¿quién es?». Y da esta respuesta: «Él es el primero, es el primogénito de Dios, es el primogénito de toda la creación. En Él fueron creadas todas las cosas... Todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él», es decir, «tienen solidez».
A los colosenses, Pablo «presenta a Jesús-Dios: Jesús es Dios, es más grande. Antes de todo es el primero, es el Creador. Primogénito de todos para ser Él quien tuviese el primado sobre todas las cosas». Y Pablo continúa en esta línea de un modo, dijo el Pontífice, que «parece un poco exagerado, ¿no?», cuando «habla de quién es Jesús». Sí, «a este Jesús el Padre lo envió porque “por Él y para Él quiso reconciliar todas las cosas... haciendo la paz por la sangre de su cruz”».
Relanzando las afirmaciones de Pablo para explicar «cuál fue la obra de Jesús», reconciliar y pacificar. Jesús, nos dice Pablo, «reconcilió la humanidad con Dios después del pecado y pacificó, construyó la paz con Dios». Y, así, «la paz es obra de Jesús, de su sangre, de su trabajo, de ese abajarse para obedecer hasta la muerte y muerte de cruz».
«Jesús nos pacificó y nos reconcilió». En tal medida que «cuando hablamos de paz o de reconciliación —pequeñas paces, pequeñas reconciliaciones— tenemos que pensar en la gran paz y en la gran reconciliación, la que hizo Jesús». Con la consciencia de que «sin Él no es posible la paz; sin Él no es posible la reconciliación». Y este discurso es válido obviamente también para «nosotros que todos los días escuchamos noticias de guerras, de odio». Es más, «también en las familias se pelea». Y, así, «nuestra tarea es ir por ese camino» para ser «hombres y mujeres de paz, hombres y mujeres de reconciliación».
«Nos hará bien preguntarnos: ¿yo siembro paz? Por ejemplo, con mi lengua, ¿siembro paz o siembro cizaña?». Y añadió: «Cuántas veces hemos oído decir de una persona que tiene una lengua de serpiente, porque hace siempre lo que hizo la serpiente con Adán y Eva, destruyó la paz». Pero esto, puso en guardia el Pontífice, «es un mal, es una enfermedad en nuestra Iglesia: sembrar la división, sembrar el odio, no sembrar la paz». Sería bueno plantearse todos los días: «Hoy, ¿he sembrado paz o he sembrado cizaña?». Y de nada sirve intentar justificarse diciendo «pero a veces se deben decir las cosas porque aquel o aquella…». En realidad, destacó, «con esta actitud, ¿qué siembras?».
«El Primogénito, vino a nosotros para pacificar, para reconciliar». En consecuencia, «si una persona, durante su vida, no hace otra cosa que reconciliar y pacificar, se la puede canonizar: esa persona es santa». Sin embargo, advirtió, «tenemos que crecer en esto, tenemos que convertirnos: jamás una palabra que divida, nunca, nunca una palabra que lleve a la guerra, pequeñas guerras, nunca las habladurías». Y sobre las habladurías el Papa quiso detenerse preguntando «qué son» en realidad. Aparentemente, explicó, son «nada»: consisten en «decir una palabrita contra otro o contar una historia» del estilo: «Esto ha hecho…». Pero, en realidad, no es así. «Criticar es terrorismo, porque quien critica es como un terrorista que lanza una bomba y se marcha, destruye: con la lengua destruye, no construye la paz. Pero es astuto, ¿eh? No es un terrorista suicida; no, no, él se protege bien».
Retomando el pasaje de la Carta de Pablo, el Pontífice recordó que en Jesús fueron «reconciliadas todas las cosas, haciendo la paz por la sangre de su cruz». Así, pues, «el precio es elevado», afirmó. Y, de este modo, «cada vez que viene a mi boca la intención de decir una cosa que siembra cizaña y división y que habla mal de otro», el consejo justo es «morderse la lengua». E insistió: «Os aseguro que si hacéis este ejercicio de morderos la lengua en lugar de sembrar cizaña, los primeros tiempos se hinchará la lengua, herida, porque el diablo nos ayuda en esto porque es su trabajo, es su oficio: ¡dividir!».
«Señor, tú has entregado tu vida, dame la gracia de pacificar, de reconciliar. Tú has derramado tu sangre, que no me importe que se hinche un poco la lengua si me la muerdo antes de hablar mal de los demás». Y concluyó invitando a dar gracias al Señor por habernos reconciliado con el Padre, perdonado los pecados, dándonos «la posibilidad de tener paz en nuestra alma».