• Decimos, por ejemplo, que Dios es Padre-Madre, pero nuestros sentimientos ante Él, tienden a alejarlo de nuestra vida, no acabamos de sentirnos hijos… y de tener en Dios toda nuestra esperanza.
• Queremos creer en el Padre, pero rechazamos su manera de presentarse ante nosotros. Preferimos un Dios a distancia… para que, en el fondo, no nos perturbe demasiado, o porque tenemos lo que nos pueda pedir… olvidando que DIOS SIEMPRE DA… se da hasta el extremo…
• A veces puedes sentir cierta culpabilidad… olvidando que la oración sana. Puedo creer que no soy digno de que Dios entre en mi vida, pero la cuestión no es mi dignidad, sino su presencia liberadora, ya que precisamente porque no soy digno, me acerco a Dios y esa proximidad me dignifica y me hace persona… No es el fariseo el que sale justificado del templo, sino el publicano, porque el Padre sana a aquel que se reconoce pobre y necesitado Lc. 18,9-14
• Otras veces constato la pobreza de mi vida por mis incoherencias… Noto que puedo ofrecer poco a Dios y vivo esa pobreza como pérdida… me vuelvo agresivo y me sitúo a la defensiva… Pero Dios, que me conoce, me pide que sea yo mismo, que me abra a Él y que reconozca su don como decía Jesús a la samaritana. El don de Dios no son cosas, sino que es Él mismo. “Si conocieras el don de Dios…” Jn 4,10 vuelve a decirnos Jesús.
• Otra imagen deformada de Dios, pudiera ser la de un Dios aburrido que a veces me escucha y a veces no me hace caso… Y olvido que Dios está a mis pies Jn 13,5-20 o que siempre me espera para darme un abrazo como el Padre que tenía dos hijos Lc15,11-31.

La auténtica respuesta nos la da Dios mismo: “YO SOY” (Soy el que está a tu lado) Ex3,2 y “DIOS ES AMOR” Jn4,7. Dios es vida y es amor. Dios ES y AMA. Es dinámico, llama, interpela, escucha, libera… Todo lo que contiene vida y amor, participa de Él, son huellas de su presencia…