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Vigésimo Domingo Del Tiempo Ordinario

 

29 De Agosto De 2021

 

En la vida del hombre siempre hay tradiciones religiosas y leyes humanas que se absolutiza. Jesús nos subraya el valor de la conciencia como raíz del comportamiento humano y criterio de moralidad. La voz de la conciencia dirigida por la Palabra de Dios hace que en la vida se superen los legalismos y los puros formulismos.

 


ORACIÓN COLECTA

Oh, Dios todopoderoso y eterno, que, por medio de tu Hijo Jesús, nos ha manifestado tu voluntad. Haz que nosotros, hoy, una vez más, volvamos a ti y hagamos de tu palabra alimento de vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: Dt 4;1-2, 6-8

Los mandamientos de Dios son el criterio para vivir rectamente. No hay persona más sabia ni más afortunada que aquella que sigue la voz del Señor.


SALMO RESPONSORIAL
R/ SEÑOR, ¿QUIÉN PUEDE HOSPEDARSE EN TU TIENDA?


El que es irreprochable
Y actúa con justicia,
El que dice la verdad de corazón,
Y no forja calumnias.


El que no daña a su hermano
Ni al prójimo molesta con agravios;
El que menosprecia al criminal,
Pero honra a los que temen al Señor.

El que no se retracta de lo que ha dicho,
El que no presta dinero a usura
Ni acepta soborno para perjudicar al inocente.
Quien obra así jamás vacilará.

 


SEGUNDA LECTURA: Sant 1:17-18, 21-22, 27

Amar a Dios es rechazar el pecado y estar siempre atento a las necesidades de los demás. Escuchemos la segunda lectura y pidamos que Dios nos ayude a vivir siempre según su voluntad.


ALELUYA: Sant 1:18

Aleluya, aleluya.
El Padre, por propia iniciativa, con la palabra de la verdad nos engendró, para que seamos como primicia de sus criaturas.
Aleluya.

 

EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: Mc 7:1-8, 14-15, 21-23

Jesús recrimina a los que dejan a un lado el mandamiento de Dios y se aferran a la tradición de los hombres. El Señor nos pide que dejemos de vivir pendientes del juicio de los demás y vivamos solamente para agradar a Dios.

 

Un Corazón Puro
 

En Japón, una señora cristiana se quejaba siempre cuando alguien entraba en su casa sin quitarse los zapatos sucios. Y una vez, un visitante le tomó el pelo diciendo: “Usted no va de acuerdo con el evangelio, donde se lee que nada de lo que está fuera puede contaminar y que lo impuro está dentro”.

Las expresiones “de fuera” y “de dentro” se pueden comprender diversamente cuando se trata del hombre. Ya la filosofía antigua distinguía el hombre exterior y el hombre interior. A lo externo pertenece el cuerpo y todas las acciones visibles. A lo interior corresponde lo que pensamos y sentimos en el corazón. Ambos aspectos deberían corresponderse, estar en armonía. Desgraciadamente, la experiencia nos enseña que no siempre es así. Existe mucha hipocresía en el mundo, a menudo se esconde lo que se piensa y se siente. No es justo, puede ser también un gran mal cuando se hace con la intención de perjudicar a alguien. Sin embargo, puede ser también un deber. Entonces nos preguntamos: ¿cuál es el hombre verdadero? ¿El que se ve o aquel que está dentro?

Moralmente, nos preguntamos: ¿dónde está la virtud y dónde el pecado? Está sólo dentro de nosotros o también externamente? No hay duda de que el verdadero mal está en la decisión interior. En una oración budista los peregrinos que van a purificarse en el templo (“Tera” en japonés) se dice: “Buda, libera mi alma. El cuerpo la ha seducido pero ella es inocente”. Las inclinaciones corporales pueden seducir, pero el hombre no peca hasta que no da su consentimiento interior; por lo tanto, es pecaminosa el alma, no el cuerpo.

Sin embargo, ni siquiera la palabra del alma es siempre clara cuando se trata del problema del que hablamos. Aquí encontramos muchos y diversos sentimientos, impulsos, consolaciones y desolaciones. Están presentes en el alma, pero ¿se identifican con nosotros? El cansancio y el deseo de soportar el cansancio están en la misma alma. Pues entonces, ¿qué es el alma? Los autores místicos comparan el alma con una gran ciudad con suburbios, una plaza central y en alto, sobre una colina, un castillo fortificado, un “castillo interior”, como dice santa Teresa de Jesús. Allí habitan los ciudadanos más ricos, los que gobiernan la ciudad, es decir la conciencia pura y la libertad. En la plaza central pasean ideas útiles e inútiles. En los suburbios se vende todo lo que ofrece la fantasía, cosas bonitas y feas mezcladas.¿Cuáles de estas cosas se deben considerar interiores y cuáles exteriores? Si no queremos caer en la confusión, tenemos que aceptar lo que defendía siempre la moral cristiana. Nosotros somos, en sentido verdadero, lo que somos en nuestro castillo interior, es decir, por lo que estamos verdaderamente decididos. Todo lo demás se considera como venido de afuera. Por eso leemos en los documentos eclesiales la siguiente definición: “la concupiscencia viene del pecado, conduce al pecado, pero no es pecado”. Las fantasías impuras, la atracción por el pecado, se indica con el término “concupiscencia”. La sentimos dentro de nosotros. Son atracciones hacia el mal, pero no constituyen un pecado. Es necesario ejercitar la paciencia con nosotros mismos. ¿Es natural este estado? ¡Claro que no! Dios creó pura toda la ciudad del alma. La concupiscencia proviene del pecado. Aquí descubrimos los efectos del pecado original.

San Pablo no habla del suburbio del alma y del castillo, usa la terminología bíblica: la carne y el espíritu. Él también experimentaba dolorosamente una continua lucha en el alma. San Pablo confiesa que sufre mucho por este estado. Pero se siente salvado considerando que “no soy yo el que lo hace, sino el pecado que hay en mí”.

Jesús explica que el alimento no penetra en el corazón, en el alma, sino en el vientre, y se elimina a continuación, por lo que no contamina al hombre. Sin embargo, del alma, del corazón del hombre salen las cosas malas. “De dentro del corazón del hombre salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, calumnia, arrogancia, desatino. Todas esas maldades salen de dentro y contaminan al hombre. La verdadera impureza es la del corazón, la que provoca los pecados más graves. Por eso Jesús exige de nosotros una religión del corazón, una religión que preste atención no a la pureza exterior, ritual, sino a la pureza de corazón.

 

Termino con un soneto del poeta valenciano Bartolomé Llorens (1922-1946) titulado:

 

Pecado Y Resurrección

Qué inmensa, negra noche desolada,
sus tinieblas de espanto y de amargura,
su frío desamor, su sombra impura,
descendió sobre mí alma abandonada!
¡Qué triste corazón sin tu mirada,
sin tu luz, mi Señor, sin tu ventura!
¡Qué muerte sin tu amor! ¡Qué desventura
sentir mi sequedad, mi amarga nada!
Es la Noche, es la Sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado
la más amarga, cruel, trágica muerte...
Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte...
¡Más nuevamente en mi has resucitado!

 

 

j.v.c.

 

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