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Semana Santa 2024

Cuarto Domingo De Adviento (A)

 

18 de diciembre de 2016

 

 

Textos Bíblicos para la Liturgia Eucarística:

Jesús, el Dios que salva, está siempre entre nosotros. El profeta anuncia que una virgen dará a luz un hijo (1ª. Lect.); la mujere de la promesa es María, la mujer de José (Ev.) Por Cristo, nacido de mujer y de la estirpe de David, hemos recibido el don de la fe y de la misión (2ª. Lect.).

 

SEGUNDA LECTURA: Is 7: 10-14

Dios nos hace sentir que está cerca de nosotros no por medio de grandes señales en el cielo sino por medio de acontecimientos humildes. Así como mucha gente no supo reconocer la presencia del salvador en un niño recién nacido, también hoy mucha gente es incapaz de percibir los signos de la presencia de Dios en sus vidas.

 

SALMO RESPONSORIAL: Sal 24: 1-6

R/ VA A ENTRAR EL SEÑOR EL ES EL REY DE LA GLORIA

  1. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
    El mundo y todos sus habitantes,
    Pues él la estableció sobre los mares,
    Él la fundó sobre los ríos.
    R/ 
     
  2. ¿Quién subirá al monte del Señor?
    ¿Quién podrá estar en su recinto sagrado?
    El hombre de manos puras y limpio corazón,
    El que no da culto a los ídolos, ni jura en falso.
    R/
     
  3. Este recibirá la bendición del Señor,
    Y Dios, su salvador, lo proclamará inocente.
    La generación de los que buscan al Señor,
    de aquellos que vienen a tu presencia
    R/

 

SEGUNDA LECTURA: Rm 1:1-7

Pablo, en pocas palabras, nos presenta todo el misterio de Cristo: como hombre, es descendiente de David; como Dios tiene el pleno poder de salvar a todos los pueblos que creen en él.

ALELUYA Mt. 1:23

La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel Aleluya)

 

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Mt. 1: 18-24

San José es ejemplo de todos los que han aceptado los caminos del Señor. Escuchemos el relato del evangelio de San mateo y pidamos la gracia de darnos cuenta cual es la voluntad de Dios en nuestras vidas y poder cumplirla.

 

4º Domingo de ADVIENTO (A)

 

Estamos en el último domingo de Adviento. La liturgia nos está preparando para la fiesta de la Navidad, para dar la bienvenida al Hijo de Dios, quien eligió venir a nuestro mundo como un niño. Tal vez lo mejor que podemos hacer ahora es preguntarnos cómo preparó Dios al mundo para este acontecimiento central en la historia de la humanidad, y concentrarnos en aprender durante esta semana de lo que Dios hizo. Es obvio que la creación del universo es un elemento necesario para preparar el adviento de quien venía a perfeccionar la creación. Pero también es cierto que el culmen de esa preparación divina aparece en la mujer a quien Dios preparó para ser la Madre de su Hijo. Imitarla a ella es hacer la mejor preparación posible para dar la bienvenida al Niño Dios.

 

¿Cómo preparó Dios a la Virgen María para ser Madre de su Hijo? La preparación más radical y más profunda consiste en haber hecho de ella la Inmaculada. Cuando el Señor Jesús se encontró por primera vez con Simón, el hermano de Andrés, le cambió el nombre y le puso el nombre que significaba su misión divina de por vida. ”Pedro” es la piedra sobre la que el Señor Jesús construyó su Iglesia. En el caso de la Virgen María, antes de que sus padres le pusieran un nombre, ya había sido hecha Inmaculada por Dios. Cuando ella se apareció a Bernardita de Lourdes, y ésta le preguntó su nombre, no es de maravillar que la Virgen respondió que su nombre era la misión más fundamental que Dios quería que ella realizara de por vida: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, respondió nuestra Señora. ¿Qué significa, pues, ese nombre que se identificaba con su misión?

Todos nacemos con tres facultades que nos convierten en seres humanos. Esas facultades son la razón, la inteligencia y la voluntad. Recibimos la razón para abrazar la verdad, la inteligencia para entender algo de la verdad, la voluntad para hacer de nosotros hombres o mujeres que vayan caminando el camino de la verdad. Pero junto con esas facultades existen en nosotros tendencias que impiden su trabajo. Tendemos a huir de la razón, a huir de la inteligencia, a huir de la voluntad y entregarnos a nuestros caprichos, a los movimientos de una sensibilidad desordenada.

Esas tendencias están ligadas a lo que la Iglesia ha llamado “pecado original”, y es necesaria una fuerza divina para vencerlas. Y esa fuerza no es otra que el Espíritu Santo. En el caso de la Virgen María, el Espíritu Santo había aniquilado en ella esas tendencias, y todo el trabajo de su razón, de su entendimiento, de su voluntad y de los cinco sentidos corporales estaba totalmente penetrado de la fuerza y de la luz del Espíritu. Ella es el Modelo que el Padre Celestial nos ha dado para prepararnos a recibir al Niño Dios. Ciertamente ella es un Modelo sublime, pero no imposible de imitar. Porque nosotros también, desde que recibimos el bautismo, recibimos también al Espíritu Santo, por quien participamos en la vida misma de Dios. Hacernos sensibles a sus inspiraciones y seguirlas hará de nuestros corazones un pesebre para el Niño Dios, mucho mejor que el de Belén.

Hemos pensado sobre la preparación que el Padre Celestial espera de nosotros para dar la bienvenida a su Hijo recién nacido. Seguir las inspiraciones del Espíritu Santo es imitar a la Inmaculada, el modelo sublime con que Dios preparó la encarnación de su Hijo. Quisiera añadir que “encarnación” es un término clave para entender el significado del Adviento y de la Navidad.

Encarnación significa revestirse de carne humana. Para ser hombre, su espíritu, su alma, tiene que revestirse de carne humana. Pero san Pablo utiliza la palabra “carne” para referirse a la vida de los que viven bajo el señorío del pecado. Para san Juan, cuando el espíritu del mundo se encarna en un hombre, ese hombre se convierte en enemigo del Evangelio. Eso significa que el hombre necesita salvación. Y esa salvación se lleva a cabo a través de una nueva encarnación. Lo que se realizó físicamente en el cuerpo de la Virgen María tiene que realizarse también espiritualmente en el corazón de cada cristiano. En el cuerpo de la Virgen el Hijo del Padre Celestial se revistió de un cuerpo humano y de un espíritu humano. Y eso hace posible en nosotros la encarnación que significa la salvación. Eso también es posible gracias al Espíritu Santo que se nos ha dado. Por ejemplo, el Niño Dios, para vivir como hombre, tiene que confiarse total y absolutamente en su madre. Gracias al Espíritu Santo, esa confianza puede aparecer en nosotros como confianza total y absoluta en nuestro Padre Celestial, confianza que se va convirtiendo como en la respiración de nuestro propio corazón. Pero eso es cierto no sólo del episodio del Niño Dios. El Señor vivió todos los episodios de su vida, para que el significado que llevan en sí, se convierta en carne y sangre en nuestra propia vida, a través de la oración. Esa es la segunda encarnación que se identifica con la salvación.

 

Resumamos brevemente lo que hemos dicho. Gracias al don que recibimos del Espíritu Santo es posible imitar al Modelo sublime que es la Virgen María, para dar la bienvenida el Niño Dios. El resultado de esa imitación es que lo que se realizó físicamente en la Virgen se realiza espiritualmente en nuestro propio corazón. De ese modo, el significado que habita en el Corazón de Cristo se va haciendo carne y sangre en nosotros: la vida humana que nació en el cuerpo de María se transmite como vida divina en nuestro propio corazón. Por eso, María es no sólo nuestro Modelo sino también nuestra Madre. Y su interés más grande es que nuestro corazón se vaya pareciendo cada día más al Corazón de su Hijo.

 

J.E. Pérez Valera S.J.

 

 
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