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Domingo El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

18 de junio de 2017

TEXTOS BIBLICOS PARA LA LITURGIA EUCARÍSTICA

La vida es como el desierto por el que el pueblo elegido caminó. Cristo se nos da como alimento capaz de conducirnos a la vida eterna, alimento prefigurado por el maná en el desierto. La Eucaristía es la mesa de común unión con Cristo y con los hermanos. El que disfruta de este alimento camina hacia la vida eterna.

 

PRIMERA LECTURA: Dt 8:2-3, 14-16

Las dificultades que sufre el pueblo de Israel en su andar por el desierto son una ocasión para que Israel y Dios se acerquen; para que Israel conozca la voluntad y el amor que Dios le tiene. Lo mismo sucede con nuestras dificultades y con nuestro caminar por el desierto de la vida diaria.

 

SALMO RESPONSORIAL: Sal 147:12-13, 14-15, 18-19

R/ GLORIFICA AL SEÑOR, TU DIOS.

  1. ¡Glorifica al Señor, Jerusalén;
    a tu Dios alaba, oh Sion!
    El refuerza las trancas de tus puertas
    y bendice a tus hijos en tu seno. R/
     
  2. Guarda en paz tus fronteras,
    Te da el mejor trigo en abundancia.
    Si a la tierra envía su mensaje,
    Su palabra corre rápidamente. R/
     
  3. A Jacob le revela su palabra,
    Sus leyes y sus juicios a Israel.
    Con ningún otro pueblo ha actuado así,
    ni les dio a conocer sus decretos. R/ 


SEGUNDA LECTURA: 1 Co 10: 16-17

La eucaristía nos recuerda que somos miembros de una misma familia. Una familia nacida del sacrificio de Cristo, de su amor por nosotros hasta entregar su vida en la Cruz.


Aleluya 

Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo –dice el Señor-, quien coma de este pan vivirá para siempre. 
Aleluya

 

EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO Jn 6:51-58

La eucaristía es pan que da vida, pero vida eterna. La eucaristía nos une a Jesús que venció la muerte y nos hace andar su mismo camino hacia la resurrección.


18 DE JUNIO: SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

TEMA: Vivir para siempre

 

El hombre, desde la antigüedad, ha soñado con la inmortalidad. Ha creído que había algún remedio en forma de planta y de fruto que la garantizaba. Comiendo de él sería como los dioses. Se confiaba, pues, en un medio mágico y se hicieron pocos progresos en el campo de la medicina. Hoy día la ciencia ha prolongado increíblemente la vida de las personas, pero no siempre se ha logrado la ansiada calidad de vida de los dioses.


El pueblo de Israel, instalado en la tierra, viviendo sin problemas, corre el peligro de olvidar de dónde viene y adónde va. Por eso Dios le invita a recordar su paso por el desierto, en el que Dios se ocupó directamente de él para que no le faltara el alimento cotidiano, que nosotros seguimos pidiendo al Señor (Deut 8,2-3.14b-16). No debe sobre todo olvidar que el hombre vive no sólo de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Además del hambre física, existen otras necesidades que saciar si queremos realizar la vocación humana. Como el hombre está destinado a vivir la vida de Dios, tiene que alimentarse de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.


Los alimentos humanos no pueden garantizar una vida sin fin. Tan sólo un alimento espiritual puede darnos la vida eterna. Jesús prometió ese alimento y declaró que era su persona. Un hombre acosado, condenado a muerte, en vez de resistirse o de maldecir a sus enemigos, se entrega libremente en sus manos, da la vida por los demás. Y anticipa esa donación en ese gesto genial que es la eucaristía, instituida en la Última Cena. Jesús nos alimenta con su persona, su vida y su palabra. Nos alimenta incorporándonos a sí y haciendo que circule por nosotros su misma vida. Esa vida que Él ha recibido del Padre, una vida divina que dura para siempre (Juan 6,51-58).


Jesús promete la resurrección en el último día. En realidad ese día definitivo ha llegado ya con su resurrección de manera que esa vida eterna está presente ya en nosotros y la vivimos en la fe, la esperanza y el amor. No es todavía la vida eterna en plenitud, pero son las primicias y la garantía de lo que un día seremos y ya se deja entrever esa vida en abundancia que brota de la entrega generosa de Jesús por todos nosotros.


La Eucaristía es sacramento de comunión. Unión profunda con Cristo, que es nuestro alimento. En el proceso normal de la comida, somos nosotros los que asimilamos el alimento y lo incorporamos a nuestra vida. En la Eucaristía, por el contrario, somos nosotros los que nos incorporamos a Cristo y formamos uno con Él. Pero, al unirnos a Cristo, nos unimos también con el Padre. Es la vida del Padre la que anima la misión de Jesús y, a través de Él, la vida misma de Dios llega a nosotros.


Todos los que comemos el mismo pan formamos un solo cuerpo, porque tenemos la misma vida, la vida de Jesús, que es la vida misma de Dios (1Cor 10,16-17). La vida humana nace y se desarrolla en el seno de la familia. La Familia Marianista quiere ser un reflejo del seno maternal de María. En familia podemos crecer espiritualmente en Cristo, alimentados por su cuerpo y su sangre. Que la celebración de la eucaristía construya nuestra Iglesia como Familia de Dios, que vive solidaria los problemas de todos los hombres.


ALÉGRATE, ALMA MÍA


Si en pan tan soberano,
se recibe al que mide cielo y tierra;
si el Verbo, la Verdad, la Luz, la Vida
en este pan se encierra;
si Aquel por cuya mano
se rige el cielo, es el que convida
con tan dulce comida
en tan alegre
día.


¡Oh cosa maravillosa!
Convite y quien convida es una cosa,
alégrate, alma mía,
pues tienes en el suelo
tan blanco y tan lindo pan como en el cielo.


M.d.C. 

 
002176506

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