Otros Artículos

«Y Dios creó» (Gn 1,27). Un Creador. Creó el mundo, creó al hombre ...

El Trabajo Es La Vocación Del Hombre

«Y Dios creó» (Gn 1,27). Un Creador. Creó el mundo, creó al hombre, y le dio al hombre una misión: administrar, trabajar, llevar adelante la creación. Y la palabra trabajo es la que usa la Biblia para describir esta actividad de Dios: «Dio por concluida la labor que había hecho; puso fin el día séptimo a toda la labor que había hecho» (Gn 2,2). Y le dio esta actividad al hombre: “Debes hacer esto, cuidar aquello, aquello otro, debes trabajar para crear conmigo —es como si lo dijera así— este mundo, para que pueda continuar” (cf. Gn 2,15.19-20). Tanto es así que el trabajo no es más que la continuación del trabajo de Dios: el trabajo humano es la vocación del hombre recibida de Dios al final de la creación del universo.

 

Y el trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es un creador, es capaz de crear, de crear muchas cosas, incluso de crear una familia para seguir adelante. El hombre es un creador y crea con el trabajo. Esta es la vocación. Y dice la Biblia que «Dios vio lo que había hecho, y todo era algo muy bueno» (Gn 1,31). Es decir, el trabajo tiene en sí mismo una bondad y crea la armonía de las cosas —belleza, bondad— e involucra al hombre en todo: en su pensamiento, en su acción, en todo. El hombre está involucrado en el trabajo. Es la primera vocación del hombre: trabajar. Y esto le da dignidad al hombre. La dignidad que lo hace parecerse a Dios. La dignidad del trabajo.


Una vez, en una Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un empleado de Cáritas le dijo: “Por lo menos puede llevar el pan a su casa” — “Pero a mí no me basta con esto, no es suficiente”, fue su respuesta: “Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, tan pisoteada por desgracia. En la historia hemos leído de las brutalidades que cometieron con los esclavos: los llevaban de África a América —pienso en esa historia que toca a mi tierra— y nosotros decimos “cuánta barbarie”... Pero aún hoy hay tantos esclavos, tantos hombres y mujeres que no son libres de trabajar: se ven obligados a trabajar, para sobrevivir, nada más. Son esclavos: trabajo forzado... son trabajos forzados, injustos, mal pagados y que llevan al hombre a vivir con la dignidad pisoteada. Hay muchos, muchos en el mundo. Muchos. En los periódicos de hace unos meses leímos, en un país de Asia, que un señor había matado a palos a uno de sus empleados que ganaba menos de medio dólar al día, porque había hecho algo mal. La esclavitud de hoy es nuestra indignidad, porque quita la dignidad al hombre, a la mujer, a todos nosotros. “No, yo trabajo, tengo mi dignidad”: sí, pero tus hermanos, no. “Sí, padre, es verdad, pero esto, como está tan lejos, me cuesta entenderlo. Pero aquí, entre nosotros...”: aquí también, entre nosotros. Aquí, entre nosotros. Piensa en los trabajadores, en los que trabajan a jornada, que los haces trabajar por un salario ínfimo y no ocho, sino doce, catorce horas al día: esto sucede hoy, aquí. En todo el mundo, pero también aquí. Piensa en la empleada del hogar que no tiene un salario justo, que no tiene asistencia de la seguridad social, que no tiene jubilación: esto no ocurre solo en Asia. Aquí.