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El Poder De La Oración

Después de varios años de sufrir una artrosis en ambas rodillas, que me dificultaba mucho los movimientos, me encontré en la tesitura de elegir entre la silla de ruedas o la operación de rodillas.
La verdad es que había oído experiencias de muchas personas que se habían hecho esta operación y todas coincidían en que el post operatorio era durísimo. Eso me daba bastante miedo y me hizo ir posponiendo cada vez más la decisión. 
En mi casa tenemos además una situación algo complicada con una tía de mi marido que aparte de tener Alzheimer ha sufrido un derrame cerebral y está postrada en cama. Necesita mucha atención y yo cada día me sentía menos capacitada para ayudarla a causa de mi falta de movilidad y de los dolores, de manera que por fin, después de mucho pensarlo, decidí que la única salida era ponerlo todo en manos de Dios y arriesgarme con la operación. No fue fácil, porque yo no soy una persona valiente para estas cosas, y las operaciones siempre me han dado mucho respeto. 
Empecé a pensar que toda esta preocupación era por falta de fe. Que si yo fuera capaz de depositar toda mi confianza y toda mi vida en las manos del Señor, el miedo debería desaparecer para dejar en su lugar la certeza de que al fin y al cabo todos estamos siempre en las manos de Dios y por lo tanto sobrevivir a la operación o no, debería carecer de importancia.
Pero todo lo que estoy diciendo se basa en el plano puramente racional. Pensaba que las personas que tuvieran una fe verdadera deberían sentirse así, aunque yo no podía. Cada día estaba más segura de que mi fe era superficial y decidí ponerme a rezar para pedir más fe, haciendo oraciones de este tipo:
"Señor, yo creo en Ti, pero soy consciente de que mi fe no es completa... No es auténtica. Tú nos dijiste que pidiéramos y se nos daría; dijiste que buscáramos y hallaríamos... Pues bien, Señor, yo te pido hoy que aumentes mi fe; lo que yo busco es FE, con mayúsculas. Te busco a Ti, Señor. Te pido sentirte cerca de mí, Te pido que no me preocupe nada, sino solo lo que a Ti te preocupa. Quiero poner todo mi ser en Tus manos, donde ya sé que estamos todos, pero quiero hacerlo de una manera totalmente consciente y voluntaria. Usando el libre albedrío que me concediste, decido decirte de corazón, que hagas de mí lo que quieras y que no permitas nunca que me arrepienta de la decisión que estoy tomando. No importa lo que pase con mi vida. Solo importa que se haga Tu voluntad y que desde ahora Te hagas cargo de mi cuerpo y sobre todo de mi alma. Si es Tu voluntad que la operación sea un éxito, Te ofrezco todos los sufrimientos que conlleva y todo el duro proceso de recuperación, con el deseo de poder mitigar un poco Tus sufrimientos en la Cruz y poder colaborar contigo, aunque sea de forma imperceptible, en Tu obra redentora."
Todos los días empecé a hacer más o menos este tipo de oraciones. 
Cuando les dije a mis parientes y amigos que pensaba operarme, muchos de ellos empezaron a moverse y a pedir oraciones. También mi hijo desplegó toda su energía avisando a todos sus contactos, de Europa, América y Asia, pidiendo oraciones por mí. 
Yo un día le dije: "Está muy bien que pidan por el éxito de mi operación, pero es más importante que pidan por la salvación de mi alma."
Otro día le dije a mi hijo: "Estoy pensando que, a la hora de la muerte, aunque estemos rodeados de toda la familia, en el fondo, estamos solos frente a Dios." Me di cuenta, al decir esto, que no lo decía con miedo sino con seguridad.

 

 

Yo estaba convencida de que, a medida que fuera acercándose el momento de la operación, un terrible miedo se apoderaría de mí. Sin embargo, cada día me sorprendía más que a medida que la fecha se iba aproximando, yo, no solo no estaba nerviosa, sino que estaba intentando tranquilizar a mis seres queridos, cuando debería haber sido al revés. Fue una sensación extraña.
El día anterior a la operación, el cirujano pasó a verme por la noche y me preguntó si estaba nerviosa. Le contesté que no, porque el trabajo tenía que hacerlo él y tanto el éxito como el fracaso estaba en sus manos y especialmente en las de Dios. Yo no tenía nada que hacer, solo esperar. Esta respuesta no solo le sorprendió a él, sino también a mí misma.
A las ocho de la noche, vino una enfermera y me preguntó si podría dormir o prefería tomar un tranquilizante para conciliar el sueño. Le dije que no necesitaba tomar nada, porque estaba tranquila y creía que podría dormir sin problemas.
Amanecí sorprendentemente tranquila y de buen humor. Estuve bromeando con las enfermeras y con otros pacientes y animando a la señora de la habitación de al lado, cuya operación estaba programada justo después de la mía y cuando llegó el momento, una enfermera me llevó al quirófano en silla de ruedas. Yo no podía dejar de sorprenderme de la paz y la alegría que me inundaban. Estaba convencida de que las oraciones de tantos amigos me estaban sosteniendo y así se lo dije a la enfermera, quien me comentó que no había visto a nadie con ese buen humor y con tanta tranquilidad dirigiéndose al quirófano. Me dijo que los pacientes solían estar muy callados y un poco metidos en sí mismos y que ellas trataban de tranquilizarlos y añadió que yo era muy valiente. Le dije que yo no era valiente y que lo que a ella le parecía valor, en realidad no era mío, sino que era una fuerza sobrenatural que estaba recibiendo, porque yo no estaba sola, sino que me acompañaban cientos de personas orando por mí en tres continentes y que tenía la seguridad de que mi Ángel de la Guarda estaba a mi lado y también Jesús y la Virgen María estaban conmigo, confortándome y dándome ánimos. La enfermera me comentó que nunca había conocido a nadie que tuviera fe, que yo era la primera persona católica que conocía y que estaba muy sorprendida por las cosas que le acababa de decir.
Al llegar al quirófano, me rodearon tres enfermeras, preguntándome mi nombre y de qué me iban a operar (esto lo hacen constantemente, con las comidas y con todo, porque dicen que tienen que asegurarse, lo cual me producía cierta hilaridad  desde el principio, pero así son los japoneses: la seguridad ante todo y quieren comprobarlo todo varias veces para cumplir con el manual) así que les dije mi nombre y que me iban a operar de artrosis en ambas rodillas. Me introdujeron en un enorme quirófano, que me llamó muchísimo la atención, por lo enorme que era y comencé a comentar que era muy interesante, que no me lo imaginaba así y que solo había visto quirófanos en las películas; seguí haciendo comentarios cuando vi la mesa de operaciones, que me pareció muy estrecha y comenté, riéndome, que mi cuerpo se iba a quedar colgando por ambos lados. Los japoneses no tienen muy desarrollado el sentido del humor y me contestaron con la mayor seriedad que no me preocupara, que no me iban a dejar caer. Tuve que decirles que era una broma. Una vez acostada, empezaron a aparecer más personas a mi alrededor. El primero que me saludó fue el anestesista a quien había conocido el día anterior y me preguntó si le recordaba. Le contesté que sí, que era el anestesista y que yo nunca me olvidaba de los caballeros atractivos -debo confesar que era feo como un rayo, pero con un trato muy agradable- y todos rieron con mi comentario. El siguiente rostro conocido fue el del cirujano jefe, que fue quien me operó. Me llamó por mi nombre y me preguntó si tenía miedo. Le respondí que no, porque todos estábamos en las manos de Dios y que no había nada que temer.

Me dijeron que me iban a poner una vía en el brazo y una mascarilla de oxígeno en la boca y la nariz y el anestesista me dijo que iba a empezar a salir anestesia y que respirara profundamente. Tras esa primera inhalación profunda consciente, recuerdo que me empezaron a llamar por mi nombre y me dijeron que despertara, que la operación ya había terminado. Yo le había pedido a mi Ángel de la Guarda que si sobrevivía a la operación, me recordara dirigir mi primer pensamiento a Dios para darle las gracias y me sorprendí dando gracias a Dios en japonés por el éxito de la operación. Ya me habían trasladado a mi cama y empezaban a moverla. “¿Me van a llevar a la UCI?” –pregunté y me dijeron que no era necesario, que me llevaban a mi habitación. Pregunté por el cirujano jefe y la enfermera de mi planta me dijo que había salido para llamar por teléfono a mi hijo y comunicarle que la operación había terminado y que todo había salido según lo previsto.
 
 
Voy a relatar algunas anécdotas de mi estancia en el hospital que creo servirán para detallar con mayor claridad el poder que la oración ha ejercido en mi estado de ánimo durante toda esta experiencia:
El personal del hospital se ha portado de maravilla en todo momento. Son muy majos, muy atentos, muy serviciales, muy profesionales, muy japoneses y a veces las normas agobian un poco, pero no me puedo quejar porque me han tratado muy bien y la verdad es que les he cogido cariño y creo que ellos también a mí.
Me hice famosa en mi planta y en la rehabilitación, por las constantes bromas que hago y porque me tomaba con buen humor la rehabilitación, aunque doliera. 
Les ha sorprendido muchísimo que yo les dijera que el dolor de la rehabilitación es un "dolor bueno". Me preguntaron por qué y les dije que, en mi opinión, había dos tipos de dolores: los dolores malos, que son los que no se curan y se van agravando y los dolores buenos, que son los que tienen esperanza porque sabes que te vas a curar y que van a ir aminorando cada día.
Estas cosas tan simples que para nosotros son normales a ellos les impactaron. Con mis alumnos también me ha pasado lo mismo durante todos estos años dedicada a la docencia. 
Les sorprende muchísimo todo lo que les digo y también le sorprende nuestra filosofía cristiana para encarar la vida y las dificultades.
He ido tratando de sembrar semillas por el hospital, sería maravilloso que alguna germinara.
Los japoneses, que en general no tienen una religión definida, no pueden entender que en medio de una situación tremenda como la del día siguiente a la operación, que no me podía mover del dolor, siguiera bromeando. En su cabeza solo cabe esta regla: Si estás mal, tiene que parecerlo y si no lo parece, tienes que estar bien.
Cada día les decía a los terapeutas en la rehabilitación que estaba bien porque los dolores no los estaba soportando yo sola, sino que Cristo estaba conmigo ayudándome a soportarlo y también nuestra Madre Celestial, la Virgen María y mi Ángel de la Guarda, que me ayudaban y me sostenían para no desfallecer y no perder la alegría.
Estas cosas siempre los dejaban sin palabras.
Me llevé al hospital una pequeña estatuilla de la Virgen del Pilar y naturalmente todos me preguntan que era.  Aproveché para hablarles de la Virgen María de Su aparición en Zaragoza al apóstol Santiago, de que mi nombre (Mª del Pilar) es en honor a la Virgen que se apareció sobre esa columna y a algunos de ellos les he contado incluso el milagro del cojo de Calanda. 
He estado repartiendo estampitas de la Virgen de Medjugorje que tienen por detrás un mensaje de la Virgen en japonés y les he hablado de las apariciones de la Virgen en Medjugorje.
También les dije a todos que rezaran… que recen a Dios, al Creador del universo.
Muchos me han dicho que no me van a olvidar.
Creo que, como cristianos, tenemos la obligación de dar testimonio de nuestra fe, de una manera muy suave, sin asustar a nadie, pero hablando claramente.

Cuando me veían con el rosario en la mano, rezando el Santo Rosario o la Coronilla de la Divina Misericordia, me preguntaban qué era y para qué servía y yo les decía que es un arma para luchar contra el demonio, que sirve para hacer oraciones que molestan mucho al demonio... Si no me preguntaban no decía nada, pero si preguntaban no me callaba y les daba todo tipo de explicaciones sobre la oración.
He vivido unas experiencias muy bonitas en el hospital. Espero que alguna persona se quede con algo de lo que les he dicho.
Y si no, al menos que se queden con mi alegría y mi ejemplo sobrellevando las dificultades, sin poner mala cara, con entusiasmo y mucha fe.
 
El 4º día de rehabilitación ya pude andar con un andador. Ya no necesitaba moverme en silla de ruedas, ni llamar a las enfermeras para que me llevaran al servicio, ni a comprar agua. Fue un gran paso y mi terapeuta estaba feliz con mis progresos. Desde ahí todo fue sobre ruedas, haciendo grandes progresos cada día y sintiéndome por momentos más segura, caminando sin sujetarme a nada, ni siquiera al bastón.
 
Las personas que han estado rezando por mí, no creo que puedan imaginarse lo cerca que los he sentido a todos. Ni yo misma me podía creer la fuerza y el entusiasmo que iba poniendo en la rehabilitación. De verdad debo insistir en que yo no soy valiente. Pero he sentido constantemente que no estaba sola, que recibía mucha ayuda de lo Alto.
 
Todos los días recibía cientos de mensajes en mi teléfono que no podía contestar de forma personalizada, como me hubiera gustado, porque en el hospital la vida era como en el ejército, estaba todo milimétricamente planeado y aunque las enfermeras son muy dulces y cariñosas, parecen policías vigilando las veinticuatro horas del día. Hay un control férreo... Muy japonés, pero le agradezco a Dios, nuestro Señor, haber podido estar en un hospital cuando en el mundo hay tanta gente que lo necesita y no puede recibir atención hospitalaria.

Siento una enorme gratitud hacia todos los que ha rezado diariamente por mi recuperación. Si no lo hubiera experimentando yo misma, no podría creer la inmensa fuerza que se recibe a través de la oración. Me he sentido acompañada por todos y he experimentado una unión espiritual sorprendente con todos ellos.
Mi Ángel de la Guarda ha estado también muy activo. Ha estado yendo a Misa en mi lugar, me recordaba constantemente (y sigue haciéndolo) que ofreciera mi sufrimiento al Señor. Aún estoy impresionada de lo mucho que el Ángel de la Guarda puede hacer por nosotros... ¡Y yo he desperdiciado esa enorme gracia que Dios nos ha concedido durante prácticamente toda mi vida! ¡En fin! Nunca es demasiado tarde para aprender.
Quiero terminar este relato manifestando una vez más, mi enorme gratitud a todos los hermanos que me han acompañado con sus oraciones y en especial mi gratitud a la Santísima Trinidad, a nuestra Madre Celestial y a mi Ángel Custodio, cuya atención y cuidados estoy aprendiendo a conocer cada día un poco más. Quiero también insistir en el ENORME PODER DE LA ORACIÓN. Jesús cumple sus promesas y nos prometió escuchar nuestras peticiones y nuestras llamadas de auxilio y doy fe de que lo hace con creces, sin escatimar Su Amor y Su Divina Misericordia con todos los que acudimos a Él con fe y abandonándonos a Su Divina Voluntad.

 

Pilar F. Herboso


 

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