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Custodiar el corazón

Con el diablo, queridos hermanos y hermanas, no se discute. ¡Nunca! No se debe discutir nunca. Jesús nunca dialogó con el diablo; lo expulsó. Cuando fue tentado en el desierto, no respondió con el diálogo; simplemente respondió con las palabras de la Sagrada Escritura, con la Palabra de Dios. Estén atentos, el diablo es un seductor. Nunca dialogar con él, porque él es más astuto que todos nosotros y nos la hará pagar. ¡Cuando llegue la tentación, nunca dialogues! Cerrar la puerta, cerrar la ventana, cerrar el corazón. Y así, nos defendemos contra esta seducción, porque el diablo es astuto, es inteligente. ¡Intentó tentar Jesús con citas bíblicas! Se presentó como gran teólogo. Con el diablo no debemos conversar. ¿Habéis entendido bien? Estén atentos. Con el diablo no debemos conversar, y con la tentación no debemos dialogar. No debemos conversar. La tentación llega: cerremos la puerta, guardemos el corazón. Es capaz de disfrazar el mal bajo una invisible máscara de bien. Por eso hay que estar siempre alerta, cerrando inmediatamente el más mínimo resquicio cuando intenta penetrar en nosotros. Hay personas que han caído en adicciones que ya no pudieron superar (drogas, alcoholismo, ludopatía) sólo porque subestimaron un riesgo. Se creyeron fuertes en una batalla de nada, pero en lugar de eso acabaron siendo presa de un enemigo poderoso. Cuando el mal arraiga en nosotros, entonces toma el nombre de vicio, y es una mala hierba difícil de erradicar. Sólo se consigue a costa de un duro trabajo.

 

Uno debe ser el guardián de su propio corazón. Esta es la recomendación que encontramos en varios padres del desierto: hombres que dejaron el mundo para vivir en oración y caridad fraterna. El desierto -decían- es un lugar que nos ahorra algunas batallas: la de los ojos, la de la lengua y la de los oídos, sólo queda una última batalla, la más difícil de todas, la del corazón. Ante cada pensamiento y cada deseo que surgen en la mente y en el corazón, el cristiano actúa como un sabio guardián, y lo interroga para saber por dónde ha venido: si de Dios o de su Adversario. Si viene de Dios, hay que acogerlo, pues es el principio de la felicidad. Pero si viene del Adversario, sólo es cizaña, sólo es contaminación, y aunque su semilla nos parezca pequeña, una vez que eche raíces descubriremos en nosotros las largas ramas del vicio y de la infelicidad. El éxito de toda batalla espiritual se juega en su comienzo: en velar siempre por nuestro corazón.


Debemos pedir la gracia de aprender a guardar el corazón. Es una sabiduría saber custodiar el corazón. Que el Señor nos ayude en esta tarea. Quien guarda su corazón, guarda un tesoro. Hermanos y hermanas, aprendamos a custodiar el corazón. Gracias.


 

(Aula Pablo VI, miércoles, 27 de diciembre de 2023)


 

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