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El Combate Espiritual

Hay muchas personas que se “auto absuelven”, que piensan que "están bien", "en lo correcto" - "No, yo estoy bien, soy bueno, soy buena, no tengo estos problemas".

 

Pero ninguno de nosotros está bien; si alguien se siente que está bien, está soñando; cada uno de nosotros tiene tantas cosas que arreglar, y también tiene que vigilar.

Y a veces sucede que vamos al Sacramento de la Reconciliación y decimos, con sinceridad: “Padre, no me acuerdo, no sé si tengo pecados…”.

Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa en el corazón.

Todos somos pecadores, todos.

Y un poco de examen de conciencia, una pequeña introspección nos hará bien.

De lo contrario, corremos el riesgo de vivir en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad, y ya no sabemos distinguir el bien del mal.

Isaac de Nínive decía que, en la Iglesia, el que conoce sus pecados y los llora es más grande que el que resucita a un muerto.

Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores, necesitados de conversión, conservando en el corazón la confianza de que ningún pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre.

Esta es la lección inaugural que nos da Jesús.

Lo vemos en las primeras páginas de los Evangelios, en primer lugar, cuando se nos habla del bautismo del Mesías en las aguas del río Jordán.

El episodio tiene algo de desconcertante: ¿por qué Jesús se somete a un rito tan purificador? ¡Él es Dios, es perfecto! ¿De qué pecado debe arrepentirse Jesús? ¡De ninguno! Incluso el Bautista se escandaliza, hasta el punto de que el texto dice: "Juan quería impedírselo, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3,15).

Pero Jesús es un Mesías muy distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna al Dios airado, y no convoca para el juicio, sino que, al contrario, se pone en fila con los pecadores.

¿Cómo es eso? Sí, Jesús nos acompaña, a todos nosotros, pecadores.

Él no es un pecador, pero está entre nosotros.

Y esto es algo hermoso.

"¡Padre, tengo tantos pecados!".

- "Pero Jesús está contigo: habla de ellos, Él te ayudará a salir de ellos".

Jesús nunca nos deja solos, ¡nunca! Piensa bien en esto.

"¡Oh Padre, he cometido algunos pecados graves!".

- "Pero Jesús te comprende y va contigo: comprende tu pecado y lo perdona".

¡Nunca olvides esto! En los peores momentos, en los momentos en que resbalamos en los pecados, Jesús está a nuestro lado para ayudarnos a levantarnos.

Esto da consolación.

No debemos perder esta certeza: Jesús está a nuestro lado para ayudarnos, para protegernos, incluso para levantarnos después del pecado.

"Pero, Padre, ¿es verdad que Jesús lo perdona todo?".- "Todo. Él vino a perdonar, a salvar. Sólo que Jesús quiere tu corazón abierto".

Él nunca se olvida de perdonar: somos nosotros, tantas veces, los que perdemos la capacidad de pedir perdón.

 

Continuará... (Audiencia 3 de enero de 2024)

 

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