El amor de Dios por su pueblo es grande ...
Cuidar A Los Ancianos Y A Los Jóvenes Es La Cultura De La Esperanza
El amor de Dios por su pueblo es grande, es como un fuego que nos hace más humanos. Al releer un pasaje del Profeta Zacarías, el Santo Padre en su homilía de la Misa del 30 de septiembre puso de relieve una vez más que, tanto en las familias como en la sociedad, descuidar a los niños y a los ancianos porque no son productivos no es un signo de la presencia de Dios. Cuán fuerte es el amor de Dios por su pueblo a pesar de que lo dejó, lo traicionó y se olvidó de él. En Dios hay siempre una llama ardiente que da origen a la promesa de salvación para cada uno de nosotros. En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa Francisco releyó el octavo capítulo del libro del Profeta Zacarías donde está escrito: «Así dice el Señor de los ejércitos: Siento gran celo por Sión, gran cólera en favor de ella. Así dice el Señor: Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén». Gracias al amor de Dios, entonces, Jerusalén volverá a vivir.
En la primera lectura —señaló Francisco— también son claros los «signos de la presencia del Señor» con su pueblo, una «presencia que nos hace más humanos» y nos hace “maduros”. Estos son los signos de la abundancia de la vida, de la abundancia de niños y ancianos que animan nuestras plazas, sociedades y familias: «El signo de la vida, el signo del respeto por la vida, del amor por la vida, el signo de hacer crecer la vida… es el signo de la presencia de Dios en nuestras comunidades y también el signo de la presencia de Dios que hace madurar a un pueblo cuando hay ancianos. Esto es hermoso: “Se sentarán todavía en las plazas de Jerusalén, cada uno con el bastón en la mano, debido a su longevidad”, es una señal. Y muchos niños, también —usa una hermosa expresión— “se moverán como hormigas”. ¡Muchos! La abundancia de la vejez y la infancia. Es la señal, cuando un pueblo se preocupa por los ancianos y los niños, los tiene como su tesoro, es signo de la presencia de Dios, es la promesa de un futuro». En palabras del Papa volvió la amada profecía de Joel: «Sus ancianos tendrán sueños, sus jóvenes tendrán visiones». Y así —repite— hay un intercambio recíproco entre unos y otros, algo que no ocurre cuando, por el contrario, lo que prevalece en nuestra civilización es la cultura del descarte, una «ruina» que nos hace «devolver al remitente» a los niños que llegan o nos hace adoptar como «criterio» el de encerrar a los mayores en las residencias de ancianos porque «no producen», «porque impiden la vida normal».