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Miércoles de Ceniza y Semana Santa

Vicios Y Virtudes

19. La Humildad

 

 

Concluimos este ciclo de catequesis deteniéndonos en una virtud que no forma parte de la lista de las siete virtudes cardinales y teologales, pero que está en la base de la vida cristiana: esta virtud es la humildad. Ella es la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia. Mientras el orgullo y la soberbia hinchan el corazón humano, haciéndonos aparentar más de lo que somos, la humildad devuelve todo a su justa dimensión: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con virtudes y defectos. La Biblia nos recuerda desde el principio que somos polvo y al polvo volveremos (cfr. Gn 3,19); «humilde», de hecho, viene de humus, tierra. Sin embargo, a menudo surgen en el corazón humano delirios de omnipotencia, tan peligrosos que nos hacen mucho daño.

 

Para liberarnos de la soberbia, bastaría muy poco; bastaría contemplar un cielo estrellado para redescubrir la justa medida, como dice el Salmo: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (8, 4-5). La ciencia moderna nos permite ampliar mucho más el horizonte y sentir aún más el misterio que nos rodea y nos habita.

¡Bienaventuradas las personas que guardan en su corazón esta percepción de su propia pequeñez! Estas personas están a salvo de un vicio feo: la arrogancia. En sus Bienaventuranzas, Jesús parte precisamente de ellos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). Es la primera Bienaventuranza porque es la base de las que siguen: de hecho, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón surgen de ese sentimiento interior de pequeñez. La humildad es la puerta de entrada de todas las virtudes.