Jesús, Señor Y Siervo
JESUS, SEÑOR. Como tal es reconocido en el Concilio de Nicea (año 325) que aprueba el símbolo que rezamos con frecuencia: “Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles, y en un solo Señor, Jesucristo, hijo de Dios ”
En el impresionante pasaje narrado por Lucas (4, 16-21) en el que narra el momento en que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, lee el texto de Isaías (61, 1 y ss) :”El espíritu del Señor está sobre mí…me envió a predicar a los cautivos la libertad…para poner en libertad a los oprimidos…”, declara que se ha cumplido en ese día lo que acaba de leer, está confirmando su señorío, su realeza, pues la capacidad para dar la libertad es solo propia del que tiene poder para ello.
Cuando Pilatos le pregunta si es rey, pasaje que recogen los cuatro evangelistas (Mt. 27, 11; Mc. 15, 2; Lc. 23, 3 y más explícitamente en Jn. 18, (33-38) Jesús lo reconoce así y declara que su reino no es de este mundo. También lo cree así el buen ladrón cuando le pide que se acuerde de él al llegar a su reino (Lc.23, 42), a pesar de verle crucificado e insultado. En unos momentos tan trágicos adivina en Jesús su realeza y cree en un reino que evidentemente no es de este mundo. Pero en realidad el buen ladrón, con esa declaración de fe, ya ha llegado al Reino de Cristo, al Reino de Dios, al Reino de los Cielos, porque ese Reino está también dentro de nosotros cuando le reconocemos a Él como nuestro rey. Él es rey, legislador, juez y abogado defensor (paráclito) a la vez, en cuanto es Dios trinitario. Es el reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, amor y de paz. Jesucristo es el señor, el rey que viene a liberarnos del pecado con el poder de su gracia. Nos eleva a la categoría de hijos adoptivos de Dios, al que podemos llamar Padre nuestro, que puede darnos no solo el pan de cada día, sino perdonar nuestras ofensas, sostenernos frente las tentaciones y liberarnos del mal, y para ello nos ofrece los dones que posee como Dios y señor, dones de su Espíritu: sabiduría, fortaleza, prudencia, piedad..etc.
JESUS, SIERVO. – A la vez que señor, Jesús se nos presenta como humilde servidor; nos enseña a servir a los demás. Él lava los pies de sus discípulos en una enorme lección de caridad. Él es el siervo obediente hasta la muerte de cruz, como dice san Pablo, que carga con nuestros pecados, con el castigo que nos salva a nosotros.
Con su parábola del buen samaritano nos está enseñando cómo debemos tratar al prójimo desvalido, al que no es de nuestra raza, al inmigrante, porque sólo hay una raza: la de los hijos de Dios. (Lc. 10, 29-37) .Jesús, en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, nos da una lección de justicia social. Él mismo se identifica con el pobre, con el desvalido, con el necesitado cuando dice:” Lo que hicisteis con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 2, 31-46) , y seguidamente nos enseña las obras de misericordia: alimentar al hambriento, vestir al desnudo, sanar al enfermo, visitar al preso. No debemos olvidar las obras de misericordia que podemos llamar espirituales, como enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesite, hacer la corrección fraterna de los errores, sobrellevar con paciencia las faltas de los demás, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, orar por vivos y difuntos, además de sufrir con resignación y esperanza nuestros propios males para no afligir al prójimo y manifestar así nuestro amor a la voluntad de Dios.
Resumiendo: a Jesús, como Dios que es, le debemos adoración; como Rey y señor, debemos honor y obediencia; como el Siervo, respeto y amor.
(Por José Mª Catret Suay)