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El Espíritu Santo Nos Recuerda El Acceso Al Padre

Solo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros. Las guerras, tanto las guerras pequeñas como las grandes, tienen siempre una dimensión de orfandad: falta el Padre que haga la paz. Por eso, cuando Pedro anima a la primera comunidad a que responda a la gente del porqué son cristianos (cf. 1P 3,15-18), le dice: «Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia» (v. 16), es decir, la mansedumbre que da el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos enseña esta mansedumbre, esta dulzura de los hijos del Padre. El Espíritu Santo no nos enseña a insultar. Y una de las consecuencias del sentimiento de orfandad es el insulto, las guerras, porque si no hay Padre no hay hermanos, se pierde la hermandad. Son —esta dulzura, respeto, mansedumbre—, son actitudes de pertenencia, de pertenencia a una familia que está segura de tener un Padre.

 

«Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito» (Jn 14,16) que os recordará el acceso al Padre, os recordará que tenemos un Padre que es el centro de todo, el origen de todo, la unidad de todos, la salvación de todos porque envió a su Hijo para salvarnos a todos. Y ahora envía al Espíritu Santo para recordarnos el acceso a Él, al Padre, y esta paternidad, esta actitud fraterna de mansedumbre, dulzura, paz.

Pidamos al Espíritu Santo que nos recuerde siempre, siempre, este acceso al Padre, que nos recuerde que tenemos un Padre, y a esta civilización —que tiene un gran sentimiento de orfandad— le dé la gracia de encontrar al Padre, el Padre que da sentido a toda la vida y hace que los hombres sean una familia.
 

 

 
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