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Vicios Y Virtudes.

La Templanza

 

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La persona templada sabe pesar y dosificar bien las palabras. Piensa en lo que dice. No permite que un momento de ira arruine relaciones y amistades que luego sólo pueden reconstruirse con gran esfuerzo. Especialmente en la vida familiar, donde las inhibiciones son menores, todos corremos el riesgo de no mantener bajo control las tensiones, las irritaciones, la ira. Hay un momento para hablar y otro para callar, pero ambos requieren la justa medida. Y esto se aplica a muchas cosas, como por ejemplo el estar con otros y el estar solos.

 

Aunque la persona templada sabe controlar su irascibilidad, esto no significa que se la vea perennemente con un rostro pacífico y sonriente. De hecho, a veces es necesario indignarse, pero siempre de la manera correcta. Estas son las palabras: la justa medida, la manera correcta. Una palabra de reproche a veces es más saludable que un silencio agrio y rencoroso. La persona templada sabe que no hay nada más incómodo que corregir a otro, pero también sabe que es necesario: de lo contrario se estaría dando rienda suelta al mal. En ciertos casos, la persona templada consigue mantener unidos los extremos: afirma principios absolutos, reivindica valores innegociables, pero también sabe comprender a las personas y mostrar empatía por ellas. Muestra empatía.

El don de la persona templada es, por tanto, el equilibrio, una cualidad tan valiosa como rara. De hecho, en nuestro mundo todo empuja al exceso. En cambio, la templanza se lleva bien con actitudes evangélicas como la pequeñez, la discreción, el escondimiento, la mansedumbre. Quien es templado aprecia la estima de los demás, pero no hace de ella el único criterio de cada acción y de cada palabra. Es sensible, sabe llorar y no se avergüenza de ello, pero no llora sobre sí mismo. Derrotado, se levanta; victorioso, es capaz de volver a su antigua vida escondida. No busca el aplauso, pero sabe que necesita de los demás. Hermanos y hermanas, no es cierto que la templanza nos vuelva grises y sin alegría. Al contrario, hace que uno disfrute mejor de los bienes de la vida: estar juntos en la mesa, la ternura de ciertas amistades, la confianza con las personas sabias, el asombro ante la belleza de la creación. La felicidad con templanza es alegría que florece en el corazón de quien reconoce y valora lo que más importa en la vida. Recemos al Señor para que nos dé este don: el don de la madurez, de la madurez de la edad, de la madurez afectiva, de la madurez social. El don de la templanza.