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Custodiar El Corazón

Hoy quisiera introducir un ciclo de catequesis sobre el tema de los vicios y las virtudes. Y podemos comenzar por el inicio mismo de la Biblia, donde el libro del Génesis, a través del relato de los progenitores, presenta la dinámica del mal y de la tentación. Pensemos en el paraíso terrenal. En el cuadro idílico que representa el Jardín del Edén, aparece un personaje que se convierte en el símbolo de la tentación: la serpiente, este personaje seductor. La serpiente es un animal insidioso: se mueve lentamente, deslizándose por el suelo, y a veces ni siquiera se nota su presencia, porque es silencioso y consigue mimetizarse bien con su entorno Sobre todo por eso es peligrosa.

 

Cuando inicia su diálogo con Adán y Eva, demuestra que también es un refinado dialéctico. Comienza como se hace en los malos chismes, con una pregunta maliciosa: "¿Es verdad que Dios dijo: ¿No comerás de ningún árbol del jardín?" (Gn 3,1). La frase es falsa: Dios ofreció realmente al hombre y a la mujer todos los frutos del jardín, excepto los de un árbol concreto: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Esta prohibición no pretende prohibir al hombre el uso de la razón, como a veces se malinterpreta, sino que es una medida de sabiduría. Como si dijera: reconoce el límite, no te sientas dueño de todo, porque el orgullo es el principio de todos los males. El relato dice que Dios coloca a los progenitores como señores y guardianes de la creación, pero quiere preservarlos de la presunción de omnipotencia, de hacerse dueños del bien y del mal. Esta es una mala tentación, aúna hora, este es el escollo más peligroso para el corazón humano, del que debemos cuidarnos todos los días.

Como sabemos, Adán y Eva fueron incapaces de resistir la tentación de la serpiente. La idea de un Dios no tan bueno, que quería mantenerlos sometidos, se coló en sus mentes: de ahí el colapso de todo. Pronto los progenitores se dieron cuenta de que, así́ como el amor es recompensa en sí mismo, el mal es también castigo en sí mismo. No necesitarán los castigos de Dios para darse cuenta de que han obrado mal: serán sus propios actos los que destruirán el mundo de armonía en el que habían vivido hasta entonces. Creían que se asemejaban a los dioses, y en cambio se dan cuenta de que están desnudos, y de que también tienen tanto miedo: porque cuando el orgullo ha penetrado en el corazón, entonces ya nadie puede protegerse de la única criatura terrenal capaz de concebir el mal, es decir, el hombre.

Con estos relatos, la Biblia nos explica que el mal no comienza en el hombre de forma estrepitosa, cuando un acto ya se ha manifestado, pero mucho antes, cuando uno comienza a entretenerse con él, a adormecerlo con la imaginación y los pensamientos, acabando siendo atrapados por sus halagos. El asesinato de Abel no comenzó con una piedra arrojada, sino con el rencor que Caín guardaba perversamente, convirtiéndolo en un monstruo en su interior. También en este caso, de nada sirven los consejos de Dios: "El pecado está agazapado a tu puerta; hacia ti se dirige su instinto, pero tú lo dominarás" (Gn 4,7).

 

(Aula Pablo VI miércoles, 27 de diciembre de 2023)

 

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