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Catequesis. Vicios Y Virtudes.

16. La Vida De Gracia Según El Espíritu

El riesgo de las virtudes cardinales es generar hombres y mujeres heroicos en el hacer el bien, pero que actúan solos, aislados; en cambio, el gran don de las virtudes teologales es la existencia vivida en el Espíritu Santo. El cristiano nunca está solo. Hace el bien no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús. Él va delante en el camino. El cristiano posee las virtudes teologales, que son el gran antídoto contra la autosuficiencia. ¡Cuántas veces ciertos hombres y mujeres moralmente irreprochables corren el riesgo de volverse presuntuosos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen! Es un peligro del que nos avisa el Evangelio, en el que Jesús recomienda a los discípulos: «También ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: "Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que debíamos"» (Lc 17,10). La soberbia es un veneno, es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una vida marcada por el bien. Una persona puede haber realizado innumerables obras buenas, puede haber recibido elogios y alabanzas, pero si ha hecho todo esto sólo para sí misma, para exaltarse a sí misma, ¿puede considerarse una persona virtuosa? ¡No!

 

 El bien no es sólo un fin, sino también un camino. El bien requiere mucha discreción, mucha amabilidad. Sobre todo, el bien necesita despojarse de esa presencia a veces demasiado dominante que es nuestro “yo”. Cuando nuestro “yo” está en el centro de todo, se estropea todo. Si cada acción que realizamos en la vida la realizamos sólo para nosotros mismos, ¿es realmente tan importante esta motivación? El pobre “yo” se apropia de todo y así nace la soberbia.

Para corregir todas estas situaciones que a veces se vuelven dolorosas, las virtudes teologales son de gran ayuda. Lo son especialmente en los momentos de caída, porque incluso quienes tienen buenos propósitos morales caen a veces. En la vida todos caemos, porque todos somos pecadores. Incluso quienes practican la virtud cada día a veces se equivocan -todos nos equivocamos en la vida-: la inteligencia no siempre es lúcida, la voluntad no siempre es firme, las pasiones no siempre se gobiernan, la valentía no siempre vence el miedo. Pero si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, el Maestro interior, Él reaviva en nosotros las virtudes teologales. Así, cuando perdemos la confianza, Dios aumenta nuestra fe; cuando nos desalentamos, despierta en nosotros la esperanza; y cuando nuestro corazón se enfría, Él lo enciende con el fuego de su amor.